Desde que te plantó mi abuelo allá por los años 20, has ido creciendo ramita a ramita, hasta llegar a ser esa torre verde y esbelta que contemplo desde el suelo cada vez que paso a tu lado.
Te veo ya desde lejos, ahí en medio del valle, rodeado de tu pequeño mundo. Y trato de imitarte creciendo un poco cada día, aunque la tierra a nuestros pies se mueva y descienda, nosotros seguimos hacia arriba.
Te veo ya desde lejos, ahí en medio del valle, rodeado de tu pequeño mundo. Y trato de imitarte creciendo un poco cada día, aunque la tierra a nuestros pies se mueva y descienda, nosotros seguimos hacia arriba.
Los picatueros te llenan de agujeros, tal vez para que en ti aniden multitud de pájaros a los que das cobijo y abrigo. Eres mudo testigo de muchos amores, y nuevas vidas que desde tu erguido tronco alzan el vuelo para luego abandonarte, dejándote ahí lleno de nuevas hojas cada primavera. Cada vez más alto, observando desde ahí arriba el minúsculo territorio que tienes a tus pies o los elevados picos que te rodean, ¡cuantos tesoros y cuantas vivencias compartís!
Cómo me gustaría hace unos días, otear contigo al oso goloso que a dos o tres metros de ti se dedicaba a vaciar las colmenas llenas de miel que te acompañan; volverá el año que viene, seguro, y tal vez te abrace con sus zarpas.
Tú sigue ahí, zarandeándote, para que cuando yo me asome a la ventana me digas qué viento sopla.
Tú sigue ahí, zarandeándote, para que cuando yo me asome a la ventana me digas qué viento sopla.
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