En enero de 2001 (tras haber
rechazado repetidamente varias oportunidades de viajar a Cuba, por motivos
obvios que al final se pueden entender
fácilmente) llegué a La Habana, un
atardecer. Las primeras imágenes
negativas las percibí en el corto trayecto entre el aeropuerto y el hotel, al
comprobar lo inimaginable: no había alumbrado público, y los coches circulaban siempre
con las luces largas. La siguiente, en la recepción de un cinco estrellas en
pleno Malecón, con un mostrador tan largo como la cola de turistas que
llegábamos, pues solo había un bolígrafo. El hotel pertenecía a una cadena
internacional, la cual debía dejar al gobierno cubano el 50%de sus beneficios. Desconozco el salario de los empleados cubanos en el mismo, pero pronto entendí
porqué las toallas aparecían cada día artísticamente dobladas de una forma
diferente: la persona que hacía ese trabajo, esperaba conseguir con ello alguna
propina en dólares, lo que le permitiría poder comprar cosas básicas en las
tiendas que existían para los turistas, y a las que no podían acceder con pesos cubanos; la otra opción de supervivencia era ir
una vez al mes con la cartilla de racionamiento que el gobierno cubano les daba,
a comprar lo básico: azúcar, aceite, papas (patatas), y poco más, que, cuando llegaba su turno tras
la cola de horas y horas, esos productos podían haberse terminado; eso
significaba que hasta el mes siguiente carecerían de dichos alimentos.
En el primer desayuno en el hotel,
una sorpresa más: un conocido alcalde asturiano que, periódicamente viajaba a
la isla para gestionar viajes de retorno temporal a Asturias, nos invita a
comer en el Centro Asturiano. En esa comida, (no había más mesas ocupadas que la
nuestra), estaba una señora de Grado, emigrada a Cuba, y su nieta. A la hora de elegir el menú, la señora pidió PAPAS,
ante lo cual su nieta le sugirió: ¡¡¡pero abuela, pida un filete, que no podrá
volver a comerlo en mucho tiempo!!! La respuesta de la abuela fue: no hija,
llevo tanto tiempo comiendo papas, que ya no sé comer otra cosa. Su expresión
resignada, y su triste mirada, al igual que la de todas las personas mayores
que pude conocer, las cuales conocieron la Cuba rica, siguen vivas en mi
memoria, hoy, 15 años después.
Saber que el sueldo mensual de los
camareros que trabajaban en El Floridita o en La Bodeguita del Medio, era igual
al importe que los turistas pagábamos por 4 mojitos, te producía múltiples y contradictorias sensaciones al beber el mojito.
Saber que los cubanos que vivían en
el campo y tenían animales para autoconsumo, como cerdos o gallinas, debían entregar la
mitad del animal al gobierno…
Pasear por todo El Malecón y no ver
gaviotas, ni perros, y, comer en los Paladares dudando qué estabas comiendo...
Ver como mujeres y hombres, en las terrazas más concurridas y sin el más mínimo pudor, ofrecen sus cuerpos y contactos sexuales , a cambio de dinero...
Ver como mujeres y hombres, en las terrazas más concurridas y sin el más mínimo pudor, ofrecen sus cuerpos y contactos sexuales , a cambio de dinero...
Viajar en taxi por la isla y ver la
expresión atónita del taxista al saber que desde España podíamos movernos por
Europa con el DNI, o por todo el mundo con el pasaporte, cuando ellos eran
prisioneros en su propio país, y si alguno conseguía poder salir, lo hacía sin
nada, o escondiendo 10 pesos entre el zapato y la suela que previamente habían descosido…
Buscar la casa en la que había
vivido la familia, y encontrarla vacía y totalmente desvencijada…
Vivir 2 años encarcelado, porque
si, como José Fernando Feito Taladrid, (al
que por cierto debemos un gran reconocimiento los somedanos), haciendo una sola
comida al día, lo que él describía en cartas enviadas a Somiedo, como un favor pues lo hacían por su salud (de lo contrario las cartas no hubieran salido) Él,
que como los tíos Aquilino y Servando que nunca habían salido del pueblo, ni de Somiedo, y tantos y tantos emigrantes que
llegaron a Cuba tras un largo y tal vez penoso viaje en barco, que trabajaron y
salieron adelante, regresando alguno con aquellas maletas llenas de ilusiones
que habían llevado, ahora cargadas de cosas para los suyos, y que tras volver a
Cuba y la llegada del castrismo, no hemos vuelto a saber de ellos…Tantas
familias rotas, tantos seres queridos a los que no se pudo volver a ver, tantos
sueños truncados…En una isla rica como Cuba, uno de los lugares del mundo en
los que la naturaleza ha sido más generosa, y que un desgobierno impuesto durante más de medio siglo, permite
que las personas sobrevivan pasando hambre.
Ahora algunos llorarán y lamentarán la marcha del responsable de atropellos tan imperdonables, como la pérdida
de libertad de todo un país, al margen de todo lo anterior, vivido durante una sola semana de estancia en Cuba. Otros, lamentarán que esa pérdida no se haya producido hace décadas.